POR JORGE OCTAVIO NAVARRO
Carmen Aristegui es reconocida en México y otros países como periodista que refleja la injusta realidad nacional
El título de la presente tiene un tufo apabullante a García Márquez. Hay que advertirlo desde el principio para exorcizar a los demonios voraces de la piratería. Pero los parecidos son innegables.
Carmen Aristegui, sin embargo, no es la Sierva María del laureado colombiano, porque si bien es reconocida en México y otros países como periodista que refleja la injusta realidad nacional, tampoco es novedad para ella una polémica de este tamaño (ya le ocurrió en 2008, cuando salió de W Radio).
El hecho que acentúa la polarización (uno más) es que la señora Aristegui fue despedida de Noticias MVS por reflexionar si el Presidente Calderón es o no, alcohólico, como acusó el diputado Gerardo Fernández Noroña, con una manta, en la Cámara Baja.
Al alcance de todos, gracias a internet, está la declaración de la conductora apenas el viernes pasado: “(...) debería realmente la propia Presidencia de la República dar una respuesta clara, nítida, formal, al respecto. No hay nada de ofensivo —me parece— cuando alguien, si es que fuera el caso, atravesara por un problema de esta naturaleza”.
La reacción de la empresa que, no debe olvidarse, es propietaria del espacio radiofónico, fue tan rápida como definitiva: le dieron las gracias. Su argumento es público: “En nuestro código de ética nos comprometemos a rechazar la presentación y difusión de rumores como noticias. La periodista Carmen Aristegui transgredió nuestro código ético y decidimos dar por terminada nuestra relación contractual”.
Cuestionar ahora si su comentario elevó un rumor a la categoría de noticia es sumarse a una interminable y bizantina discusión que no va a cambiar la situación laboral de la célebre periodista quien, seguro, va a seguir adelante en su carrera profesional.
Más trascendente es analizar la versión que gana credibilidad entre seguidores asiduos u ocasionales de Aristegui: su despido es una petición abierta de Felipe Calderón, molesto por la referencia a sus aficiones líquidas.
Naturalmente, la oficina de la Presidencia no ha hecho circular una sílaba sobre esto y cualquier aprendiz de agorero puede garantizar que no lo hará.
El punto es si se ejerce, desde el poder con fuero, un ataque a la libertad de expresión, por cierto, una de las pocas libertades que con freno y todo, se pueden ejercer en este país a pesar de que presidente, gobernadores y alcaldes, gusten mucho de empinar el codo y decidir, confundidos por los vapores etílicos, lo que afectará a miles o millones de personas.
La coordinadora de los diputados federales del PAN, Josefina Vázquez Mota, pronunció una frase que alimenta, involuntariamente, la reflexión: “Rechazamos la denostación al Ejecutivo. Señalamos que la censura es enemiga de la libertad de expresión, pero también lo son la calumnia y la difamación”.
¿Quién asume en este caso el papel de Sierva María? Decídalo usted. Si la niña pudiera ser cuestionada, querría seguir en su tumba echando más cabello. Lo que ocurre fuera son cosas peores.
Carmen Aristegui es reconocida en México y otros países como periodista que refleja la injusta realidad nacional
El título de la presente tiene un tufo apabullante a García Márquez. Hay que advertirlo desde el principio para exorcizar a los demonios voraces de la piratería. Pero los parecidos son innegables.
Carmen Aristegui, sin embargo, no es la Sierva María del laureado colombiano, porque si bien es reconocida en México y otros países como periodista que refleja la injusta realidad nacional, tampoco es novedad para ella una polémica de este tamaño (ya le ocurrió en 2008, cuando salió de W Radio).
El hecho que acentúa la polarización (uno más) es que la señora Aristegui fue despedida de Noticias MVS por reflexionar si el Presidente Calderón es o no, alcohólico, como acusó el diputado Gerardo Fernández Noroña, con una manta, en la Cámara Baja.
Al alcance de todos, gracias a internet, está la declaración de la conductora apenas el viernes pasado: “(...) debería realmente la propia Presidencia de la República dar una respuesta clara, nítida, formal, al respecto. No hay nada de ofensivo —me parece— cuando alguien, si es que fuera el caso, atravesara por un problema de esta naturaleza”.
La reacción de la empresa que, no debe olvidarse, es propietaria del espacio radiofónico, fue tan rápida como definitiva: le dieron las gracias. Su argumento es público: “En nuestro código de ética nos comprometemos a rechazar la presentación y difusión de rumores como noticias. La periodista Carmen Aristegui transgredió nuestro código ético y decidimos dar por terminada nuestra relación contractual”.
Cuestionar ahora si su comentario elevó un rumor a la categoría de noticia es sumarse a una interminable y bizantina discusión que no va a cambiar la situación laboral de la célebre periodista quien, seguro, va a seguir adelante en su carrera profesional.
Más trascendente es analizar la versión que gana credibilidad entre seguidores asiduos u ocasionales de Aristegui: su despido es una petición abierta de Felipe Calderón, molesto por la referencia a sus aficiones líquidas.
Naturalmente, la oficina de la Presidencia no ha hecho circular una sílaba sobre esto y cualquier aprendiz de agorero puede garantizar que no lo hará.
El punto es si se ejerce, desde el poder con fuero, un ataque a la libertad de expresión, por cierto, una de las pocas libertades que con freno y todo, se pueden ejercer en este país a pesar de que presidente, gobernadores y alcaldes, gusten mucho de empinar el codo y decidir, confundidos por los vapores etílicos, lo que afectará a miles o millones de personas.
La coordinadora de los diputados federales del PAN, Josefina Vázquez Mota, pronunció una frase que alimenta, involuntariamente, la reflexión: “Rechazamos la denostación al Ejecutivo. Señalamos que la censura es enemiga de la libertad de expresión, pero también lo son la calumnia y la difamación”.
¿Quién asume en este caso el papel de Sierva María? Decídalo usted. Si la niña pudiera ser cuestionada, querría seguir en su tumba echando más cabello. Lo que ocurre fuera son cosas peores.