Vértice político
Edgard González Suárez
La tesis central de los aliancistas (Calderón, Ortega, Camacho, Beltrones) es la búsqueda de candidatos responsables, con popularidad, carisma e imagen de negociadores. De tenerlos, ya sea el PRD o el PAN, las dirigencias partidistas y la misma Presidencia de la República darán su apoyo a la “alianza estatal” que lo promueva como candidato a ganar la elección en el estado correspondiente.
Es la búsqueda de candidatos centristas que no promuevan la confrontación ideológica y mucho menos ayuden a los radicales del PRI a “destruir” al panismo hecho gobierno. La sola posibilidad de buscar una “política de centro”, en coaliciones de gobierno y en defensa de programas mínimos (no ideológicos) ha generado la expectativa de que solo así se es capaz de sacar adelante al país del atolladero en el que se encuentra.
Las elecciones del año pasado y las recientes que culminarán con la del Estado de México, han servido de un ejercicio “democrático” para sensibilizar a la población de la posibilidad real de construir y obligar a la clase política nacional a tomar acuerdos estratégicos fuera de siglas partidarias, y más bien centrada en personalidades y programas comunes.
El experimento es bueno, saben los aliancistas que la calve para estabilizar el país e impedir que se hunda es eligiendo candidatos con legitimidad, dimensión necesaria para garantizar la gobernabilidad, y el ejercicio pleno del poder.
Los resultados electorales del año pasado y los eventos de Guerrero y Baja California, al inicio de éste, han ido modificado la correlación de fuerzas a nivel nacional y crearon ya un cambio en la percepción ciudadana de que el precandidato del PRI era invencible.
Los antialiancistas (Peña Nieto, Paredes, Salinas, Diego, Andrés Manuel López Obrador, etc.) lo son por razones distintas también, unos porque ven cercenado el camino para la restauración priísta y otros porque ven lejano el tiempo de imponer un régimen ideológico, y otros más porque se consideran a si mismos defensores de los “valores” conservadores nacionales.
Aún y cuando el Presidente Calderón aparece como uno de los vencedores de todas estas elecciones, está claro que terminó por cavar un abismo o una fosa entre la Presidencia y el PRI. Por lo cual no se ve en el horizonte inmediato ningún acuerdo político, ni mucho menos legislativo. Basta como ejemplo, el portazo que Beatriz Paredes le dio en la nariz a Manlio Fabio Beltrones ahora que éste quiere capitalizar su imagen al proponer nuevamente la reforma fiscal y la reducción del IVA.
Loa “reventadores” del PRI le apostaron a un presidente débil y le condicionaron su apoyo político y evitaron cualquier reforma legislativa que le beneficiara política y electoralmente. Doblegado y humillado, el Presidente, en pleno declive y casi desarmado para las batallas electorales por venir, invirtió su juego, se alió al PRD de Jesús Ortega y se decidió a buscar la derrota electoral del PRI en varios estados, para fortalecerse en el camino de la sucesión presidencial en el 2012. El éxito nadie se lo puede regatear.
La estrategia esta clara, sin acuerdos políticos ni legislativos en la primera mitad del sexenio, enfrascado en una lucha desgastante contra el narcotráfico; arrinconado por facciones de su propio partido, sometido a un cuestionamiento permanente por su legitimidad; y en la perspectiva de tener que devolverle él el Poder al PRI, el Presidente reaccionó y apostó, para la segunda mitad del sexenio por el descarrilamiento definitivo del PRI y su candidato maravilla.
El PRD y la izquierda más moderada aceptaron la alianza, como única tabla de salvación, después de la debacle electoral del partido y de las posturas de la presidencia “legitima” de López Obrador. El PRD iba de frente a la catástrofe electoral.
Por intereses distintos e incluso con argumentos distintos el “experimento” hasta ahorita les ha dado resultados. Por lo cual lo único que se avizora es una respuesta de los antialiancistas, más radical que el crimen político o la denuncia mediática de la corrupción que envenena a toda la clase política.
La desesperación puede permear en los antialancistas, mandar a asesinar a un dirigente o a un candidato no es problema, exponer en televisión nacional la riqueza o la inmoralidad de los opositores tampoco. Pero sin duda, Los antialancistas habrán de hacer todo para impedir la derrota en el estado de México. Ahora mismo afinan sus opciones y sus tiros.
La gran confrontación está por venir.
Edgard González Suárez
La tesis central de los aliancistas (Calderón, Ortega, Camacho, Beltrones) es la búsqueda de candidatos responsables, con popularidad, carisma e imagen de negociadores. De tenerlos, ya sea el PRD o el PAN, las dirigencias partidistas y la misma Presidencia de la República darán su apoyo a la “alianza estatal” que lo promueva como candidato a ganar la elección en el estado correspondiente.
Es la búsqueda de candidatos centristas que no promuevan la confrontación ideológica y mucho menos ayuden a los radicales del PRI a “destruir” al panismo hecho gobierno. La sola posibilidad de buscar una “política de centro”, en coaliciones de gobierno y en defensa de programas mínimos (no ideológicos) ha generado la expectativa de que solo así se es capaz de sacar adelante al país del atolladero en el que se encuentra.
Las elecciones del año pasado y las recientes que culminarán con la del Estado de México, han servido de un ejercicio “democrático” para sensibilizar a la población de la posibilidad real de construir y obligar a la clase política nacional a tomar acuerdos estratégicos fuera de siglas partidarias, y más bien centrada en personalidades y programas comunes.
El experimento es bueno, saben los aliancistas que la calve para estabilizar el país e impedir que se hunda es eligiendo candidatos con legitimidad, dimensión necesaria para garantizar la gobernabilidad, y el ejercicio pleno del poder.
Los resultados electorales del año pasado y los eventos de Guerrero y Baja California, al inicio de éste, han ido modificado la correlación de fuerzas a nivel nacional y crearon ya un cambio en la percepción ciudadana de que el precandidato del PRI era invencible.
Los antialiancistas (Peña Nieto, Paredes, Salinas, Diego, Andrés Manuel López Obrador, etc.) lo son por razones distintas también, unos porque ven cercenado el camino para la restauración priísta y otros porque ven lejano el tiempo de imponer un régimen ideológico, y otros más porque se consideran a si mismos defensores de los “valores” conservadores nacionales.
Aún y cuando el Presidente Calderón aparece como uno de los vencedores de todas estas elecciones, está claro que terminó por cavar un abismo o una fosa entre la Presidencia y el PRI. Por lo cual no se ve en el horizonte inmediato ningún acuerdo político, ni mucho menos legislativo. Basta como ejemplo, el portazo que Beatriz Paredes le dio en la nariz a Manlio Fabio Beltrones ahora que éste quiere capitalizar su imagen al proponer nuevamente la reforma fiscal y la reducción del IVA.
Loa “reventadores” del PRI le apostaron a un presidente débil y le condicionaron su apoyo político y evitaron cualquier reforma legislativa que le beneficiara política y electoralmente. Doblegado y humillado, el Presidente, en pleno declive y casi desarmado para las batallas electorales por venir, invirtió su juego, se alió al PRD de Jesús Ortega y se decidió a buscar la derrota electoral del PRI en varios estados, para fortalecerse en el camino de la sucesión presidencial en el 2012. El éxito nadie se lo puede regatear.
La estrategia esta clara, sin acuerdos políticos ni legislativos en la primera mitad del sexenio, enfrascado en una lucha desgastante contra el narcotráfico; arrinconado por facciones de su propio partido, sometido a un cuestionamiento permanente por su legitimidad; y en la perspectiva de tener que devolverle él el Poder al PRI, el Presidente reaccionó y apostó, para la segunda mitad del sexenio por el descarrilamiento definitivo del PRI y su candidato maravilla.
El PRD y la izquierda más moderada aceptaron la alianza, como única tabla de salvación, después de la debacle electoral del partido y de las posturas de la presidencia “legitima” de López Obrador. El PRD iba de frente a la catástrofe electoral.
Por intereses distintos e incluso con argumentos distintos el “experimento” hasta ahorita les ha dado resultados. Por lo cual lo único que se avizora es una respuesta de los antialiancistas, más radical que el crimen político o la denuncia mediática de la corrupción que envenena a toda la clase política.
La desesperación puede permear en los antialancistas, mandar a asesinar a un dirigente o a un candidato no es problema, exponer en televisión nacional la riqueza o la inmoralidad de los opositores tampoco. Pero sin duda, Los antialancistas habrán de hacer todo para impedir la derrota en el estado de México. Ahora mismo afinan sus opciones y sus tiros.
La gran confrontación está por venir.